lunes, 4 de marzo de 2013

Brillos de la azotea - Jorge Fernández Bustos

Volvemos a colgar las letras en la azotea. En esta ocasión, nuestro autor, bien arropado y envuelto en todo el cariño que la Asociación del Diente de Oro le profesa y le debe, estará un lunes más, como siempre en la terraza-mirador del hotel Fontecruz.



Jorge Fernández Bustos
Lunes, 11 de marzo de 2013
21h




Presentará su libro de cuentos En un pozo chico, publicado en la colección PiedeMonte, de la editorial digital TransBooks.

Además del autor, en el acto intervendrán:
Jesús Cano, como editor y agente literario, que hablará sobre la edición digital.
Alfonso Salazar y Juan Pérez, como incondicionales, se harán cargo de la presentación.
Jesús Ortega, que leerá alguno de los 55 títulos que componen el libro.


Jorge Fernández Bustos (Granada, 1962) con estudios de Biblioteconomía e Historia, ha colaborado en revistas y periódicos. Confundador de Ediciones del Vértigo y de la revista de literatura erótica El Erizo Abierto. Diseñador, colaborador y maquetista de la revista Letra Clara. Premio Federico García Lorca 1999 por su cuento "La batalla de Hastings". Ensayo: "Herencia de la cocina andalusí" (Fundación Al Andalus, 2001). Cuento: "El coleccionista de besos perdidos" en la compilación Granada en cuento, editorial Dauro y el periódico Ideal.
Crítico de flamenco en el diario "Granada Hoy" en 2002, en el Blog "volandovengo" y otras páginas web dedicadas al flamenco. Colaborador de la revista especializada Acordes de Flamenco. "Manos de seda" (colección de haiku), 2004, en Vitolas del Anaïs de la Asociación del Diente de Oro. 



Portada de En un pozo chico de Jorge Fernández  Bustos
El libro puede descargarse  aquí.

Dejamos aquí el inicio de uno de sus cuentos.


Un tal Antonio

       Un tal Antonio, casado y con dos hijos varones, jefe de personal en una creciente compañía de telemarketing, que invierte sus pocas horas libres y fines de semana alternos en colaborar con una oenegé, se disponía a tomar tranquilamente un café con leche en un bar de Plaza Nueva aquel domingo en que no tenía mayor ocupación que la de saborear el tiempo que pasaba intrascendente y justificar un sol que calentaba apenas en las madrugadas de aquella primavera tardía.Había comprado el periódico, para hojearlo mientras disfrutaba de su placentero desayuno, sentado en una de las terracitas de la plaza. Leyó por encima las noticias principales de primera plana y, acto seguido, volteó el diario para pasear su mirada por los ecos de sociedad de la página de cierre y el chispazo de humor gráfico de un artista local que siempre le arrancaba media sonrisa, a veces pícara, siempre cómplice. El tímido sol de la mañana le acariciaba agradablemente la nuca, cuando un camarero de blanco, algo desabrido, le sirvió su desayuno habitual, consistente en café con leche, bien caliente, que mantuviera una temperatura idónea durante la lectura del diario, y un cruasán a la plancha, acompañado de cuchillo y tenedor (cubiertos que nunca tocaba, pues el placer telúrico de comer con las manos se le antojaba un privilegio dominical).El tal Antonio, después de dar unas distraídas gracias al servicio de mesa, rasgó el sobrecito de azúcar y lo espolvoreó en su totalidad en el interior de la taza. Giró varias veces la cuchara hacia la derecha sin mirar siquiera, pues se afanaba en culminar la lectura de la columna de opinión de la contraportada. El ópalo negro de Colombia humeaba seductor al borde de la loza blanca. SOltó el noticiario por un momento para degustar el primer sorbo matutino, con la mirada en el interior de la taza, como queriendo controlar la cantidad ingerida en cada beso. Lo que más apreciaba en el café era el primer y el último trao (lo mismo pensaba de la cerveza). Quizá por eso, el expresso italiano es tan pequeño, pensaba, ha prescindido de los sorbos intermedios...




No hay comentarios:

Publicar un comentario